miércoles, 18 de diciembre de 2013

Estoy tumbada de lado encima de unos hierbajos sanísimos, son tan altos que me cubren casi por completo. Tengo la oreja apoyada en la tierra resbaladiza y puedo escuchar como se mueven todos los bichos por debajo. Incluso puedo sentirlos haciendo vibrar el suelo por tramos insignificantes. Me gusta estar así, es el único momento en el que no estoy luchando contra las ganas de suicidarme o el vacío, alternativamente. Me quedo en blanco, o en verde por el entorno, es como si a un insomne le dejases dormir una noche a la semana ocho horas. Es la mejor terapia circunstancial, menos mal que mis padres no tienen dinero para llevarme a un psiquiatra, yo me trato por vía alternativa. Aunque el diazepam no estaba mal, ni los derivados de la morfina. Está atardeciendo y empieza a hacer fresco, antes de que anochezca las sensaciones son impecables. Luego tengo que cortar la postura, volver a saltar la valla y andar veinte minutos hasta llegar a casa. Pero no entro hasta que no sale mi madre con el teléfono en la mano, dispuesta a llamar a la policía, a urgencias o al depósito de cadáveres. Me pregunta que por qué siempre llego cubierta de barro, yo se lo explico detalladamente todos y cada uno de los días, pero parece que le resulta más razonable pensar que me tiro a gente desconocida en raves de lodo movedizo estilo granja salvaje o algo así.

- Esto es una mierda, me he rajado los pantalones.
A veces pasa, que otra gente tiene la misma idea que yo y decide colarse en la casa que lleva abandonada más de diez años donde he forzado mi refugio. El sitio no es mío, qué voy a hacer. Escucho los pasos, casi de forma obligada van a tener que acercarse al sitio donde me estoy escondiendo. Pero como ya he dicho las hierbas son tan altas que parezco el cuerpo de una adolescente a la que han violado, asesinado y descansa en un lugar tranquilo.
- No podemos hacer otra cosa ahora mismo, no está tan mal.
Noto como un pie aterriza con fuerza sobre la mano que tengo sobre el suelo, y no sólo se planta ahí, si no que me crujen los huesos cuando la persona en cuestión intenta retomar el equilibrio. Me doy la vuelta cuando se libera la presión, me coloco boca arriba y siento que voy a vomitar por el dolor. Tengo la forma de la zapatilla marcada por toda la palma.
- ¡Joder!
Ese chirrido agudo deduzco que pertenece a una correlativa en cuanto a órganos sexuales, pero estoy demasiado mareada como para comprobarlo. Me incorporo y entreveo a un tío y una tía mirándome con la boca abierta. Me levanto sin mirarlos, les doy la espalda y vomito los tres batidos de fresa que me he tomado antes de venir. No puedo pensar, sólo quiero irme. El tío me agarra desde detrás, mal asunto. El hecho de que alguien que no conozco me toque me hace perder la conciencia de mi yo civilizado.
- Lo siento mucho, dios, creo que te has, que mi novia te ha partido la mano. ¿Quieres que te acompañemos a urgencias?
- No sé por qué hemos tenido que venir a este sitio.
- Eso ahora no importa, Carolina, mírale la mano.
- Tampoco sé a quien se le ocurre tumbarse ahí en mitad, no tiene sentido.
La conversación es la que no tiene sentido, si sus charlas de pareja suelen ir por esos caminos terribles es que no hay buenos cerebros involucrados. No sé si es porque el chaval se está poniendo nervioso, pero me está apretando los brazos, y tiene las manos frías. Me aparto dando un empujón con el cuerpo.
- Vamos, tengo el coche aparcado en la calle de enfrente, no puedes irte así.
- No me subo en coches de gente. Adiós.
Me quito la camiseta como puedo y me vendo la mano, que ya ha alcanzado un tamaño que duplica el de su simétrica gemela. Salto desde la parte de la valla que está torcida y aterrizo de culo al otro lado. No les ha dado tiempo a decir nada, es la ventaja de vivir situaciones de este tipo, que la mayor parte de la gente es incapaz de reaccionar con efectividad. Siento que me caen unas lágrimas involuntarias, por la sensación de malestar generalizado. El dolor no significa nada, pero han jodido el atardecer.

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