Ahora estoy rellenando un par de pancartas, de rodillas en la acera de enfrente a mi casa. Una de las vecinas que volvía de hacer la compra me ha preguntado que qué hacía y se lo he explicado. No le ha debido sentar demasiado bien porque la he visto en invierno llevando abrigos de piel. Además es una mujer mayor e imagino que me contempla como una delincuente juvenil que utiliza esa causa para provocar destrozos en el mobiliario urbano y perjudicar a empresas decentes. Ha puesto cara de haber probado algo repugnante y me ha dicho que no derrame pintura cerca de su portal. Si no fuese porque en ese edificio viven más personas que no tienen nada que ver con el asunto habría derramado la lata por toda la entrada. No creo que puedas considerarte una mejor ciudadana que yo cuando llevas pieles de criaturas ejecutadas por cuestión de moda. Con eso soy radical.
- ¿Eres tú, verdad?
Levanto la cabeza y me encuentro frente a mí al tío que iba con su novia cuando ocurrió el incidente. Es bastante alto, no lo había visto bien, y tiene el pelo muy enmarañado. Son rizos libres, oscuros, me gustan. Y tiene esa mirada de los animales serenos, es curioso.
- Intenté seguirte, pero tampoco quería que te agobiases. Me pareció mal dejar a alguien tirado en esa situación.
- Habría pasado lo mismo si me hubieses acompañado, era una acción inútil.
- Es lo mismo, yo no soy así. Me alegro de que estés bien, ¿Cuánto te queda por llevar eso?
- Unas dos semanas, pero es mi mano tonta. No hay ningún problema.
- ¿Qué estás haciendo?
Se sienta a mi lado en la acera. La verdad es que no tengo ni la menos idea de qué hacer en este tipo de situaciones. Tengo el sensor social desactivado, cuando alguien me pregunta suelo responder, pero si se trata de mantener una conversación entramos en terrenos pantanosos. Se lo explico y lee los dos carteles que ya he pintado.
- Me gusta eso de luchar por algo, pero siempre he creído que la gente de ese tipo busca broncas, o que les gusta emocionarse pegando gritos y creando problemas.
- La vía pacífica es una ridiculez. La mayor parte de la gente no se entera de nada a no ser que llames la atención. Si me acercase a cualquiera intentando hablarle de lo que pasa en los mataderos de forma tranquila me mandarían a la mierda. Ya me ha pasado.
- Pero tirando cubos de pintura a la gente o tirándote en la calle desnuda y con trozos de piel ensangrentada la gente va a pensar que estás chalada y tienes mucho tiempo libre.
- Me vale con saber que no estoy de brazos cruzados si opino que algo es aberrante. Si alguien se para a escuchar aunque sólo sea durante un momento y porque le resulte curioso.
Se queda callado un momento y lo veo sonreír. No creo que haya dicho algo que sea gracioso, pero como ya he dicho las reacciones son propias de cada uno. Es un juego de opciones misteriosas para mí.
- Oye, me gustaría compensarte por lo que pasó. Mi ex novia fue una imbécil, pero yo no me comporto de esa manera. Me llamo Gabriel y me gustaría invitarte a tomar un café o algo así.
- No sé, no es lo que suelo hacer. No te conozco de nada.
- Me llamo Gabriel, vivo muy cerca de aquí, a dos calles. Estoy estudiando economía, es mi segundo año, y ahora estoy soltero. Será sólo un rato, una hora o dos, pero me haría sentirme mejor por eso. Es una gilipollez, pero no he parado de darle vueltas.
Acabo dándole mi teléfono, que no es un método muy eficaz para contactar conmigo, porque siempre lo llevo en silencio. Más que nada lo hago porque pienso que se le olvidará y no tendrá que insistir más en esta conversación. Está empezando a perturbar mi tranquilidad, mi espacio de acción. Finalmente se levanta satisfecho y dispuesto a dejarme en paz.
- Es bonito lo que escribes, ¿sabes? Dan ganas de pensar en ello, remueves algo.
Y se va. Me quedo un momento pensando en lo que acaba de pasar. A lo mejor lo cojo si llama, aunque no confío en que lo haga. Bah, lo dejo pasar, es más sencillo de esa manera. Un reguero de agua cae sobre mi cabeza y un trozo de las pancartas desde un balcón. Entreveo una figura asomarse desde ahí arriba y retirarse rápidamente. Ahora soy yo la que sonríe, me pongo de pie y doy una patada leve a la lata de pintura abierta. Se extiende hacia la puerta, la guerra está servida. Es hora de volver a casa.